domingo, 13 de septiembre de 2009

El ejemplo de Han Fei


La escuela de los legistas floreció durante el periodo Zhou. También llamados la escuela del método, su intención era el desarrollo de una técnica política que permitiera a los distintos señores administrar eficazmente su territorio e imponerse a los demás en la guerra. Se trataba, por tanto, de pensadores eminentemente prácticos, que vendían sus consejos a los príncipes y les prometían el éxito. No eran diletantes: Han Fei sirvió al señor del estado de Qin y lo convirtió en el hegemónico. De él saldría el emperador del mundo civilizado (lo que nosotros llamamos China).

Han Fei (ca. 280–233 a. C.) fue uno de los pocos legistas que teorizaron sobre su forma de entender la política. La mayoría no pensaba que fuera necesario hacer explícitas las bases conceptuales de su acción. Han Fei, alumno del gran filósofo confuciano Xun Kuang, se distanció de la escuela de los letrados, de la idealización de los ritos y los usos sociales del pasado con los que éstos querían restaurar el viejo orden feudal. Frente a la nostalgia de un pasado idealizado proponía soluciones nuevas a problemas nuevos. La crisis de la estructura feudal llevaba a la búsqueda de la fortaleza de los estados para triunfar en la inacabable guerra de unos contra otros. Lo que la época requería era la búsqueda de la hegemonía. En ese sentido, los legistas, con Han Fei a la cabeza, son precedentes históricos de Maquiavelo o Hobbes. De su maestro Xun Kuang, aprendió que (en contraposición a Meng Ke) el ser humano no es bueno por naturaleza y que son las normas sociales las que conducen al bien común. Han Fei llevó al extremo tal concepción, puesto que en el caso de Xun la cultura cambia realmente el interior del hombre. Sin embargo, para Han Fei lo importante es el miedo al castigo. No se puede pretender convencer a los súbditos ni convertirlos en virtuosos; basta con que tengan miedo. Su proyecto consistía en eliminar los restos del sistema feudal y los privilegios de los aristócratas: todos deberían ser tratados como los campesinos, es decir, por la lógica del premio y el castigo, especialmente del castigo (al contrario del proyecto de los letrados -los confucianos-, que pretendían que todos se convirtieran en virtuosos o aristócratas en el interior). Se trataba de crear un sistema social distinto, con el príncipe en la cumbre y con un cuerpo de burócratas directamente dependientes de él (no cargos hereditarios, como en el antiguo feudalismo) y campesinos libres que pudieran comprar y vender tierras (de esa manera se debilitaba a los señores feudales, se minaba su independencia). Por otra parte, el príncipe no debe convencer, sino que debe ser temido. Todas las faltas deberían ser duramente castigadas, incluso las más leves. El ideal de Han Fei era un estado autoritario y militarizado, casi se podría afirmar que totalitario al estilo del orwelliano, pero sin la tecnología de éste.

Pese a todas las carencias de la época, Han Fei tuvo éxito. El estado de Qin, mediante sus consejos, se impuso a todos los demás y fundó un imperio. Sin embargo, un condiscípulo suyo, Li Si, posiblemente envidioso del éxito de Han Fei, urdió una conspiración contra él. Éste fue hecho prisionero y ejecutado en su celda. Al parecer, le obligaron a ingerir veneno. El paralelismo con Sócrates es evidente; sin embargo, Han Fei no tuvo ningún Platón que nos transmitiera los pensamientos que suscitó tal desenlace en nuestro filósofo. El estado totalitario que él levantó lo devoró. La desmesura en el castigo le fue aplicada. Y efectivamente el Estado triunfó con las medidas que él proponía. Nadie podrá decir que la corrupción moral del crimen menoscabó la eficacia de la acción política, sino todo lo contrario. El pragmático Han Fei tenía razón; decía la verdad y apuró esa ley impersonal como el veneno que consumió su vida. Hasta las heces.

1 comentario:

  1. Buenas Noches, Francisco
    Ya veo que te has decidido a retomar el blog. Creo que es un acierto. Ánimo.
    Espero que te vaya estupendo en tu nuevo instituto y que pases algún día por el Dionisio a tomar un café. Se te echa de menos en la tertulia.
    Saludos. Alfredo

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