sábado, 26 de diciembre de 2009

Nosferatu



Título Original: Nosferatu, eine Symphonie des Grauens
País: Alemania
Año: 1922
Director: Friedrich Wilhelm Murnau
Guión: Henrik Galeen, Bram Stoker
Fotografía: Fritz Arno Wagner, Günther Krampf
Producción: Enrico Dieckmann, Albin Grau
Intérpretes: Max Schreck (Graf Orlok), Gustav von Wangenheim (Hutter), Greta Schröder (Ellen Hutter), Alexander Granach (Knock), Georg H. Schnell (Westenra), Ruth Landshoff (Lucy), John Gottowt (Profesor Bulwer), Gustav Botz (Profesor Sievers), Max Nemetz (Capitán del Demeter), Wolfgang Heinz (Marinero 1), Albert Venohr (Marinero 2).



Me ocupa aquí un juvenil y venerable clásico de casi noventa años. Como su protagonista, muestra un aspecto irreverentemente iconográfico, elegante y poco aseado. La versión del vampirismo que ofrece la película es la más compleja de cuantas se han elaborado en la historia del cine. El conde Orlok de Murnau tiene un porte aristocrático, una dignidad en los gestos como de buenas maneras y elegancia protocolaria interiorizadas durante generaciones. Su figura es de una extrema delgadez, lo que le da un aspecto enfermizo al tiempo que estilizado y elegante. Por otra parte, es un vampiro del folklore, un parásito agusanado de indecible fealdad, una fuerza de la naturaleza, un animal que vive en criptas en compañía de otros animales. Es, en otras palabras, una extraña forma de vida.


¿Pero qué es la vida? El no muerto expresa en esencia el misterio insondable de la realidad. Nosferatu representa la fuerza destructiva y letal de la naturaleza, los terrores nocturnos de los campesinos y el principio de entropía, la tendencia al desorden que descubren los científicos, aún bajo la alargada sombra del romanticismo. Es la sublimación de la amenaza permanente que los seres humanos, extranjeros en la naturaleza, presienten en las tinieblas de la muerte. El origen del miedo está ahí: la belleza de la naturaleza, su regularidad matemática y su exuberancia, presentan el reverso de lo sucio, caótico y amenazante. Nosferatu sublima el miedo a la agresión latente y la despersonalización de la lucha por la vida, y, de forma más sutil, el miedo a la enfermedad (o agresión interior e invisible). Al fin y al cabo, el mal del no muerto penetra como una infección en la sangre.


Como punto de partida de nuestro viaje, encontramos esa amenaza de la naturaleza que será después sublimada en una imagen sobrenatural. El mundo de los seres vivos aparece como un lugar de locura, crueldad y depredación. La invisibilidad que proporciona la oscuridad o el pequeño tamaño de las criaturas malignas recuerdan aquellas líneas de Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y en la Tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía”.





La realidad se transfigura de forma simbólica en un viaje en el que se vulneran sus reglas básicas: la velocidad del carruaje no respeta las leyes de la naturaleza. El plano en que se utiliza el negativo de la película muestra magistralmente la idea de un mundo invertido, del viaje al otro lado. La meta es la cima de una montaña en la que se alza un castillo que encierra entre sus muros un mundo aparte, habitado por el conde Orlok, una presencia solitaria, pero omnipresente. Las puertas se cierran tras el protagonista, que queda atrapado como en una tela de araña. Apartado del mundo, y solo, contempla a Nosferatu como si fuera su imagen alienada enmarcada en la puerta, como si fuera su reflejo en el espejo, que ha cobrado vida. El vampiro es también la visión del cadáver en que el protagonista se convertirá irremediablemente, pero enfrentado como un enemigo. Viene de la oscuridad y se cierne sobre el aterrorizado Hutter, que tiene a sus espaldas la naturaleza inhóspita e indiferente a su suerte. La superioridad del vampiro de Murnau sobre otros que se han hecho clásicos en la historia del cine o de la literatura radica en su silencio. El vampiro pertenece al otro mundo, es quizá nuestro propio yo en el otro lado que ha venido a destruir al de éste. Es la mirada sobrecogedora, incomprensible y amenazante de lo desconocido. Al personaje no le sienta bien la elocuencia. Lo humanizaría, lo haría pasar a nuestro lado como una soportable anomalía.




El apartado castillo es el reino de lo sobrenatural. La ciudad, sin embargo, es el lugar en que se cruzan las dos tendencias: el horror por la naturaleza y su sublimación en forma de misterio cuasi religioso. Por una parte, la ciudad está separada de la naturaleza. Su mundo es civil y artificial. El terror de los bosques y las bestias no es inmediato. La forma que adquiere ese terror en la ciudad es la más sutil, aquella que sirve de objeto tanto a la ciencia como a los miedos más primitivos: el miedo al contagio, el delirio colectivo que produce una epidemia letal, la amenaza invisible de la enfermedad, la danza de la muerte. El misterio de la enfermedad y la ignorancia sobre lo que el azar o el destino le deparen a uno conducen al establecimiento de una forma concreta en la que concentrar las fuerzas del mal. Esto se produce de dos maneras: por una parte, la sacralización del mal en una figura cuasi divina; por otra parte, la figura del chivo expiatorio, un mequetrefe que sirve para canalizar la frustración de toda la sociedad. Así, el mal abarca los dos polos de la realidad social: el gran aristócrata que está más allá de las normas no ya de la plebe, sino de la naturaleza, y el paria que es culpabilizado por su supuesto servicio a las fuerzas del mal. El primero tiene el defecto de ser invisible, como el propio agente de la enfermedad, pero convierte la inevitable muerte en una lucha épica y trascendente entre la oscuridad y la luz. El segundo tiene el defecto de que, por sí solo, quita dignidad a la muerte, casi la convierte en una parodia sin sentido, pero está a mano para servir de alivio a la frustración o para crear la ilusión de una posible salvación.





Al fin y al cabo, muerto Nosferatu, sólo queda una desolada playa sembrada de cruces que serán devoradas por un inmenso mar de monótono oleaje. Las ruinas de su castillo a la luz del día nos dejan solos ante la banalidad del mal y el vacío de la existencia. ¿No será ese, ya antes del miedo a las fieras, a la noche y a la enfermedad, el origen del ángel del mal?

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Aristóteles

Extensísima presentación de Aristóteles

Filosofía helenística

Una presentación muy completa de la filosofía helenística

Sócrates y sofistas

Filosofos presocraticos 2.0

Presentación de la filosofía de los presocráticos

El Helenismo

Presentación de la filosofía helenística

Platón 2.0

La Filosofía de Platón

Una útil presentación de la filosofía de Platón.

Aristóteles.

Una buena presentación de la filosofía de Aristóteles para su exposición o estudio.

La conciencia mística

domingo, 1 de noviembre de 2009

ÚLTIMAS NOTICIAS


personalized greetings

San Francisco y el hermano Junípero



El hermano Junípero representa una versión extrema del santo. Junípero expresa el ideal de la inocencia, tan cara al franciscanismo espiritual. El antintelectual Francisco de Asís es capaz de recibir en la orden a oligofrénicos como nuestro inconcebible Ginepro, cuya inocencia crea problemas a los hermanos de la orden; es, a pesar de las malas consecuencias de algunas de sus acciones, el bien radical. O la ausencia total de maldad. Bien es sabido que para el santo Francisco era más importante la oración (y la predicación, los actos de caridad y la contemplación mística de Dios) que el estudio. El ideal de pureza evangélica (Cristo como maestro de vida, Francisco como alter Cristus) se ve perfectamente plasmado en la figura del hermano Junípero, que representa la ausencia total de malicia, la bondad espontánea. Nadie es más humilde. Junípero lleva la humillación de su persona ante los demás hasta el desprecio más extremo hacia sí mismo. No guarda rencor ni al que atenta contra su vida, ni hace nada por evitarlo.

¿Por qué es más santo Francisco que Junípero? Este último es débil mental. Quizá entendamos que su inocencia tiene menos mérito que la del santo, que siente grandes resistencias y las supera con esfuerzo. El santo Francisco sale de su posición social acomodada y debe aprender la pobreza y la humildad mediante el amor divino y una severa disciplina (los arrebatos místicos contemplativos y la máxima actividad de los viajes se alternan en su vida). San Francisco de Asís se ha vencido a sí mismo, como cuando se esfuerza en abrazar a un leproso, por los que reconoce haber sentido una casi invencible aversión. Eso es lo que le falta al bueno de Junípero. Todo en él es espontáneo. Es cándido como los pájaros cantores que rodean a San Francisco y que lo escuchan mansamente. En realidad, Junípero parece un ser natural como los pájaros, más que un corrupto humano (el animal enfermo), y en ese sentido representa un ideal de inocencia perdida. Es el arbusto de su mismo nombre, un enebro de hoja siempre verde y que se exhibe con humildad a la mirada del caminante.

Su bondad vence todo obstáculo, desarma a los demás como el Schwejk de Jaroslav Hašek (aunque en éste la inocencia es una impostura). Lo que en San Francisco es producto del trabajo sobre sí mismo, de la penitencia y los arrebatos divinos, en Junípero es naturaleza. Por eso el bobo no necesita arrebatos, se conduce con una desastrosa bondad natural que con frecuencia produce estragos entre los demás, como las intervenciones de Don Quijote, su reverso especular. Junípero siempre es reprendido por sus propios hermanos (y por los demás hombres) por las consecuencias de sus actos de caridad antes de que se reconozca la pureza de sus intenciones. El dilema de su santidad radica en que parece más una fuerza de la naturaleza que un ser humano. Junípero es amoral. Su falta de culpa se acerca a la falta de voluntad. No está para ser santificado, ni para servir de modelo de vida a los demás, sino que es la naturaleza en la que el casi panteísta Francisco quiere instalarse y que pretende convertir en su hogar para estar más cerca de Dios durante esta transitoria vida.

jueves, 29 de octubre de 2009

Einstürzende Neubauten

Conocí a Blixa Bargeld en Berlín en el año 1995. Era la estrella del grupo alternativo Einstürzende Neubauten (que se puede traducir de forma inelegante en español como Edificios nuevos que se derrumban). Entonces asistí a obras de teatro en las que ellos componían la banda sonora y actuaban (Faust), recitales de poesía de Blixa en solitario (Der Mund ist die Wunde des Alphabets: La boca es la herida del abecedario), con fuegos mefístofélicos que iluminaban el oscuro local de un edificio deshabitado. Quiero dejar aquí constancia de su estétita, que algún amigo caracterizó como rock metafísico, algunos críticos como post-rock, y que creo que no es ya otra cosa que una mirada oblicua, oscura y fascinada sobre ese montón de escombros junto a las calles elegantes de Prenzlauer Berg, ese parque temático del Berlín que fue.


Pocos años después, me trasladé a Croacia. Blixa compuso una canción sobre la melancolía.


Tom "Hobbes" Waits


 The life of man, solitary, poor, nasty, brutish, and short.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Apuntes de Filosofía



Enlace con una página con útiles apuntes para la asignatura de Historia de la Filosofía, aunque falta el siglo XX.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Asoka Maurya y el imperio moral



En la película El cazador (Michael Cimino, 1978) se nos cuenta una transformación moral por la piedad. Una vez repatriado a los Estados Unidos, Mike (Robert de Niro) regresa a casa tras participar en una guerra brutal en la que cree haber perdido a algunos de sus mejores amigos. Como hacía antes de la guerra, Mike va de caza y un hermoso ciervo se pone a tiro en un claro del bosque. Sin embargo, es incapaz de matar al bello animal. Ha disparado contra otros hombres en la guerra. Ha visto morir más a los amigos que a los enemigos. Algo ha cambiado en Mike; conoce el horror de la guerra y no quiere saber nada de ella nunca más. El ciervo, que antes era una mera pieza de caza, ahora aparece como un avatar de los amigos perdidos, que han convertido el dolor y la piedad en una atmósfera que todo lo impregna. Mike llega a la intuición de una de las bases de nuestro comportamiento moral: el sentimiento de compasión. No es esa moral de la corresponsabilidad, del contrato, sino el unilateral sentimiento de compasión hacia los demás, especialmente hacia los más débiles, en la medida en que uno mismo y los seres queridos se proyectan sobre ellos. Por eso, el centro de esta intuición no es la interrelación de derechos y obligaciones entre individuos autónomos, sino el dolor que establece una identidad de todo ser susceptible del mismo y aquello que uno ama.

Asoka Maurya entra en la historia cerca de la cúspide del poder, cimentado por su antecesor, y en los primeros años de su reinado logró coronarla. Con un Estado efectivo para la guerra, Asoka derrotó a los tres reinos Kalinga alrededor de 256 a. C. La guerra fue de gran crudeza: muchos de sus enemigos murieron, fueron hechos prisioneros y perdieron sus hogares o sus medios de vida. Lo que hace de Asoka un emperador peculiar es que el paisaje que vio desde la atalaya de su triunfo conmovió su sensibilidad moral. No es habitual que desde las alturas pueda alguien distinguir los seres humanos de las hormigas. Nuestro emperador se vio arrastrado por un sentimiento de compasión por las víctimas de la guerra, que se hizo extensivo a todos los seres vivos. Asoka parecía ver el túmulo del dolor subir tan alto que podía alcanzar su trono en los cielos, al amparo de las nubes. Por alguna razón, el emperador se hizo tan sensible al sufrimiento ajeno que consideró que todo padecimiento, por pequeño que fuera, debía ser evitado. No existía el sufrimiento útil: éste no implica sino una injusticia más que pesa sobre el mundo. Cuando alguien sufre, eleva la montaña del dolor general. No existe la nietzscheana noción del dolor justificado como placer para otro.

Asoka nunca se embarcó en una nueva guerra. Sin dejar de ser emperador, se convirtió al budismo y dedicó su poder a la construcción de templos con inscripciones sobre la no-violencia (ahimsa) y la compasión como pilares de la vida social e individual. Todo debe estar regido por la ley de la piedad. A pesar de patrocinar el budismo, Asoka fue tolerante con todas las creencias religiosas, siempre que fueran compatibles con esa ley.

El monarca victorioso en la guerra desplazó el sentido de lo que hasta ese momento había sido su actividad y el medio reconocido para alcanzar sus fines. Hay otra guerra distinta de la armada: la conquista del corazón de los hombres. Llega a afirmar incluso que ésta, y no la militar, es la verdadera guerra. Esto llevó a Asoka a significativas reformas del sistema de justicia. No argumenta contra el castigo, sino contra el castigo impuesto injustamente, pues produce dolor tanto al que lo sufre como a sus seres queridos y a los que observan la injusticia y temen sufrirla. El castigo justo restituye el equilibrio y aminora el dolor, parece pensar; pero el castigo injusto no hace sino cargar el mundo con más sufrimiento.

El principio fundamental de la ley de la piedad era el respeto por el carácter sagrado de toda forma de vida, pero también la prohibición de todo trato injusto (llegó a dictar prohibiciones contra la envidia). La ley de la piedad abarcaba todas las relaciones conocidas: las políticas, las familiares, las interétnicas e interestatales e incluso las de los hombres y los animales. Respecto a estas últimas, uno de los edictos más radicales de Asoka consistió en la prohibición de la caza (para empezar, de la ritual cacería real) y de la matanza para comer carne en palacio, además de atender en hospitales a las bestias de carga. Hasta el emperador estaba sometido a tal ley, que desbordaba el propio Estado y (como ley moral que era) que aspiraba a convertirse en una ley cósmica. La misión política de Asoka consistía en hacer pública la ley y en velar por su cumplimiento.

Para ello, hizo inscribir en rocas y columnas, a lo largo de los caminos del imperio, los edictos de la ley de la piedad, para que los viajeros pudieran conocerla por sí mismos. El método pretendía ser efectivo mediante la mera reiteración, pues no había lugar para argumentaciones ni sistematización de las ideas. El mismo Asoka no desarrolló un sistema de pensamiento, sino que todas sus ideas no hacían otra cosa que modular una intuición central. Ni siquiera profundizó en las complejas polémicas doctrinales que empezaban a tomar forma en el seno de las comunidades budistas. De hecho, Asoka nunca dejó de ser una especie de monarca absoluto. Su punto de vista no era antipolítico, como ocurría por aquella época entre los taoístas Chinos. Era una experiencia personal suya, la del más poderoso, la que podía salvar el mundo. Porque él había sentido pesar por las consecuencias de la guerra de la que salió victorioso y había descubierto en ese dolor la verdad, la realidad entera había de ser modificada. Su proyecto era aún más ambicioso: debía conquistar el corazón mismo de los hombres. El problema no estaba en el despotismo, sino en el uso adecuado o no del poder. El emperador tenía una misión permanente: la transformación del interior de sus súbditos. Y a esa misión debía dedicar todo el aparato del Estado. Una transformación tal de la propia imagen que el emperador tenía de sí sólo era posible desde la cima del poder y no desde la fragmentación y la guerra permanente del periodo de los reinos combatientes que vivió Han Fei, de la Italia de Maquiavelo o de la Inglaterra de Hobbes. El tema de que se trata no es el establecimiento de un poder hegemónico, sino qué se hace con él. La reflexión sobre las técnicas para vencer en la guerra fueron sustituidas por el modo de instaurar un nuevo orden moral. Pero ese orden se asentaba en el propio Asoka. Nunca invoca dioses o héroes legendarios. La premisa fundamental es su propio sentimiento, su propia iluminación. Dicho de otro modo: su voluntad es la fuente de la ley. Los que no obedecieran causarían el disgusto del emperador. No toleraría la pereza, la indolencia o la envidia entre sus funcionarios. Todos ellos debían aplicar los edictos de Asoka asiduamente, ser agentes de su voluntad; esto es, la prosperidad y la felicidad de todos los hombres, tanto en esta vida como en la otra. La ambición de miras de Asoka (como emperador sagrado) le llevó a considerar a todos los seres humanos (no sólo a sus súbditos) como sus hijos. Pero la conquista ya no será militar. Asoka toma así el modelo de Siddhartha Gautama sin dejar el poder terrenal. Era a la vez un maestro y un tirano, un misionero (llevó emisarios para transmitir la ley de la piedad hasta Grecia o China) y reformador moral y un conquistador. La voluntad del emperador sagrado era el sostén de la ley, hasta el punto que todo el proyecto se esfumó con su muerte. Eso sí, bajo su gobierno se favoreció la extensión del budismo, que dejó de ser una secta nacida de los ascetas o sramana, como la de los jainas, para convertirse en una de las grandes religiones universalistas.

Con todo, el emperador Asoka fue un reformador original, en la medida en que no invoca otra autoridad que su propio arrepentimiento. No recurrió a una justificación teológica, quizá porque el mensaje le parecía en sí mismo evidente. Ni siquiera se presenta a sí mismo como el líder que inventó una nueva forma de moral o de hacer política: sólo cree estar haciendo lo justo. Su idea de la sociedad recuerda a la de los confucianos, pues junto a la conversión interior de los hombres por la piedad, añade el respeto a los superiores, la aceptación de la bondad de los que pertenecen a otros credos y religiones y, en fin, las relaciones justas entre todos. Su optimismo antropológico se parece más al de Meng Ke que al de los legistas, como Han Fei. Su prédica de una piedad universal tiene su paralelismo con el amor universal de Mo Ti, aunque a éste no le importaba recurrir la creencia en espíritus (y la amenaza que ellos suponen para el infractor) para someter a las naturalezas más rudas al imperio del amor universal. Por otra parte, para Asoka la ley de la piedad no era sectaria. Era una ley universal que está presente en el universo y que es independiente de todo sistema de creencias religiosas. Quizá por eso predicó y practicó la tolerancia, aunque ayudó especialmente a la difusión del budismo, probablemente porque lo consideraba más cercano a la piedad tal como él la entendía. Eso no quiere decir que Asoka no creyera en otra vida, sino que el mismo principio que conduce a la felicidad y la prosperidad en esta vida, lo hace también en la otra. Dicho de otra manera, la otra vida no se opone a esta ni hay que sacrificar la presente para el éxito en una vida ulterior. El lenguaje bramánico e incluso budista (karma, samsara, brahman, atman, nirvana, etc.) no aparece en sus edictos. Lo que le interesa, sobre todo, es la educación moral de sus súbditos. Los únicos métodos de conquista serían la paciencia y la dulzura, la sensibilidad hacia el sufrimiento de todos los seres vivos. Sorprende porque en la actualidad hay quien defiende que la crueldad con los animales, además de rechazable en sí misma, es una forma de extender tal crueldad hacia los humanos: es antipedagógica. La sensibilidad al sufrimiento debe ser por tanto universal, no se pueden aceptar excepciones (¿por qué no exceptuar, si no, a los enemigos, como es usual?). La piedad no admite compartimentos estancos, no se puede sostener sobre las excepciones, pues estas conducen a la crueldad, al desinterés por el dolor ajeno.

Este giro moralista de la política se hace desde la cúspide del poder, una vez que Asoka ha afianzado su poder y se ha quedado sin rivales que puedan amenazarlo. La ley de la piedad no es, por tanto, de tipo contractual, sino una verdad evidente en sí misma, una norma universal de la vida que está por encima de todos los credos religiosos. El imperio de Asoka Maurya queda para la posteridad como el más preclaro de los proyectos morales aplicados a la política, por encima de otros intentos más dogmáticos impuestos por religiones concretas, pues se centra preferentemente en el bien para toda criatura viviente (en esta vida y en la otra) sin el distanciamiento inhumano de nuestros pequeños problemas en que fácilmente se encuentra quien pretende, ante todo, servir a un dios.

domingo, 13 de septiembre de 2009

El ejemplo de Han Fei


La escuela de los legistas floreció durante el periodo Zhou. También llamados la escuela del método, su intención era el desarrollo de una técnica política que permitiera a los distintos señores administrar eficazmente su territorio e imponerse a los demás en la guerra. Se trataba, por tanto, de pensadores eminentemente prácticos, que vendían sus consejos a los príncipes y les prometían el éxito. No eran diletantes: Han Fei sirvió al señor del estado de Qin y lo convirtió en el hegemónico. De él saldría el emperador del mundo civilizado (lo que nosotros llamamos China).

Han Fei (ca. 280–233 a. C.) fue uno de los pocos legistas que teorizaron sobre su forma de entender la política. La mayoría no pensaba que fuera necesario hacer explícitas las bases conceptuales de su acción. Han Fei, alumno del gran filósofo confuciano Xun Kuang, se distanció de la escuela de los letrados, de la idealización de los ritos y los usos sociales del pasado con los que éstos querían restaurar el viejo orden feudal. Frente a la nostalgia de un pasado idealizado proponía soluciones nuevas a problemas nuevos. La crisis de la estructura feudal llevaba a la búsqueda de la fortaleza de los estados para triunfar en la inacabable guerra de unos contra otros. Lo que la época requería era la búsqueda de la hegemonía. En ese sentido, los legistas, con Han Fei a la cabeza, son precedentes históricos de Maquiavelo o Hobbes. De su maestro Xun Kuang, aprendió que (en contraposición a Meng Ke) el ser humano no es bueno por naturaleza y que son las normas sociales las que conducen al bien común. Han Fei llevó al extremo tal concepción, puesto que en el caso de Xun la cultura cambia realmente el interior del hombre. Sin embargo, para Han Fei lo importante es el miedo al castigo. No se puede pretender convencer a los súbditos ni convertirlos en virtuosos; basta con que tengan miedo. Su proyecto consistía en eliminar los restos del sistema feudal y los privilegios de los aristócratas: todos deberían ser tratados como los campesinos, es decir, por la lógica del premio y el castigo, especialmente del castigo (al contrario del proyecto de los letrados -los confucianos-, que pretendían que todos se convirtieran en virtuosos o aristócratas en el interior). Se trataba de crear un sistema social distinto, con el príncipe en la cumbre y con un cuerpo de burócratas directamente dependientes de él (no cargos hereditarios, como en el antiguo feudalismo) y campesinos libres que pudieran comprar y vender tierras (de esa manera se debilitaba a los señores feudales, se minaba su independencia). Por otra parte, el príncipe no debe convencer, sino que debe ser temido. Todas las faltas deberían ser duramente castigadas, incluso las más leves. El ideal de Han Fei era un estado autoritario y militarizado, casi se podría afirmar que totalitario al estilo del orwelliano, pero sin la tecnología de éste.

Pese a todas las carencias de la época, Han Fei tuvo éxito. El estado de Qin, mediante sus consejos, se impuso a todos los demás y fundó un imperio. Sin embargo, un condiscípulo suyo, Li Si, posiblemente envidioso del éxito de Han Fei, urdió una conspiración contra él. Éste fue hecho prisionero y ejecutado en su celda. Al parecer, le obligaron a ingerir veneno. El paralelismo con Sócrates es evidente; sin embargo, Han Fei no tuvo ningún Platón que nos transmitiera los pensamientos que suscitó tal desenlace en nuestro filósofo. El estado totalitario que él levantó lo devoró. La desmesura en el castigo le fue aplicada. Y efectivamente el Estado triunfó con las medidas que él proponía. Nadie podrá decir que la corrupción moral del crimen menoscabó la eficacia de la acción política, sino todo lo contrario. El pragmático Han Fei tenía razón; decía la verdad y apuró esa ley impersonal como el veneno que consumió su vida. Hasta las heces.

domingo, 19 de abril de 2009

Sanshiro: modernidad y tradición.



Se están publicando recientemente algunas de las principales novelas de uno de los mejores escritores japoneses de todos los tiempos: Natsume Sōseki (cuyo nombre real era Natsume Kinnosuke -1867-1916). La última en aparecer ha sido Sanshiro (Madrid, Impedimenta, 2009), novela que hace de puente entre sus otras dos obras más destacadas, recientemente publicadas en español: Botchan y Kokoro.

La novela es un fascinante y sutil viaje iniciático de un estudiante que llega a la Universidad de Tokio a hacer carrera. Cuenta sus primeras experiencias en la gran ciudad: sus modelos intelectuales y vitales, los descubrimientos y las decepciones, así como el primer y fantasmal gran amor. Los encuentros y las expectativas hacen que la vida sea un permanente descubrimiento de lo que hay bajo la apariencia, descubrimiento que Sanshiro hace siempre con humor, un toque de melancolía y buen corazón. Nada hay de rencor ni deseo de venganza en su actitud, sino contemplación, a veces apesadumbrada. Sanshiro es todo lo contrario de un egocéntrico: eso le hace ser aceptado por todos, que le abren su corazón y lo convierten en un testigo de excepción.

Como otras novelas de Sōseki, abundan los elementos autobiográficos: el propio autor fue profesor de Filología Inglesa en la Universidad de Tokio, en sustitución de Lafcadio Hearn. El ambiente de esa facultad y las peticiones de los alumnos para que las cátedras de filología caigan en manos de japoneses en lugar de los profesores extranjeros están presentes en la novela.

Todo elemento de tragedia (y en Sanshiro esta aparece de forma lateral pero de manera brutal) queda atenuado por la ironía y una fina sátira del entorno cargada de melancolía, pero desprovista de amargura. Ante la vida y sus conflictos y contradicciones, ante la fugacidad de todas las vivencias y la falta de plenitud, sólo cabe un camino desde la sabiduría: la serenidad.

El principal foco de atención de Sanshiro es la joven Mineko, por la que se siente fascinado a través de unos pocos encuentros fortuitos y de la que finalmente sabe que posa para un cuadro que terminará llamándose La mujer del bosque. Mineko aparece en la novela como una imagen artística con un fondo impenetrable, pero al mismo tiempo como alguien frágil que optará por ceder su libertad, que mostrará el mismo miedo e inseguridad que el provinciano Sanshiro. Ambos no dejan de ser niños perdidos (stray sheep!).

Hirota, el profesor de instituto que hace de alter ego de Sōseki y que es presentado como modelo de sabiduría y serenidad, cuenta un sueño en que la mujer de la que está platónicamente enamorado no cambia: “Eres un cuadro”, le dice él. “Tú eres un poema”, responde la mujer del sueño. De la misma manera, Mineko, con toda la modernidad de la metrópoli, encarna el ideal del viejo Japón, de la diosa Amaterasu del Kojiki y de Kaguyahime, la princesa resplandeciente del Cuento del cortador de bambú. Incluso el gusto por la belleza y la dedicación al arte pueden ser considerados como lo esencial del carácter del periodo de Kioto de la literatura japonesa y hasta de su carácter como pueblo. La pérdida de Mineko es también la pérdida de un Japón que ha quedado en el pasado para siempre. El vivo cuadro que era Mineko en sí misma, casada ya con un cristiano, ha dado paso a un cuadro desproporcionadamente grande y superficial que a lo sumo sólo podrá evocar un pasado esplendoroso e irrecuperable.

Por el contrario, el profesor Hirota es un profundo conocedor de la literatura y la filosofía de tradición occidental y, sin embargo, el fondo del Japón tradicional subyace a todo su conocimiento. En primer lugar, en su consideración contemplativa de la vida, carente de ambición y competitividad, en su confuciana forma de ocupar el lugar correspondiente y conducirse con dignidad. Tras los discursos filosóficos y eruditos propios del intelectual europeo se esconde una profunda visión de la vida que llega desde lo más hondo de la tradición japonesa. Pero él no es una pintura, sino un poema, cargado de sentido, aunque haya que buscarlo en el subconsciente (a él mismo se le manifiesta en un sueño). Hirota representa esa fusión entre tradición y modernidad tan japonesa, el punto de equilibrio por el que la tradición se hace el soporte y da sentido a todas las innovaciones y préstamos de Occidente. Al fin y al cabo, la época clásica de la cultura japonesa no fue sino una exitosa adaptación de la cultura china al pathos japonés.

La época de Sōseki es la de una occidentalización que hace que el Japón tradicional parezca extraño y opresivo, así como el influjo extranjero, por lo que los personajes se encuentran perdidos en el medio del camino. En el encuentro central de Sanshiro y Mineko a solas, ambos hallan un lugar en el que descansar, en la naturaleza, lejos del mundanal ruido, junto a un río. En Tokio, sin embargo, son dos niños perdidos que se encuentran y desencuentran en contextos sociales cambiantes.

lunes, 13 de abril de 2009

Artículo de El País sobre los retos del nuevo ministro de Educación


Desvelos para el nuevo ministro

Gabilondo se hace cargo de una cartera que habrá de lidiar con los cambios en la Universidad, pero también con el fracaso escolar o la reforma del Bachillerato

J. A. AUNIÓN - Madrid

EL PAÍS - 13-04-2009
Las universidades han vuelto al Ministerio de Educación un año después de su traslado a Ciencia e Innovación, algo que han celebrado con entusiasmo los sindicatos, la mayoría de los estudiantes y, en general, la mayor parte del sector educativo. Y para encargarse de la reunificada cartera de Educación, llega un hombre que conoce muy bien la Universidad, Ángel Gabilondo, hasta ahora rector de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas.

Sustituye a Mercedes Cabrera, que llegó al cargo en 2006, recién aprobada en el Congreso la actual ley educativa (LOE), precisamente para dar un impulso a la reforma de las universidades para adaptarlas a Europa (el Proceso de Bolonia). El impulso se dio, y ahora llega Gabilondo para terminar de acometer los cambios sorteando la incómoda revuelta estudiantil que se ha levantado en su contra. Diplomático y dialogante, se ha destacado su capacidad de gestión y su profundo conocimiento de la Universidad para hacerse cargo de esa tarea.

Pero también tendrá que vérselas con la educación no universitaria, un terreno políticamente pedregoso y víctima de constantes controversias y luchas partidistas. El nuevo ministro tomó las riendas de Educación la semana pasada, ofreciendo diálogo a todos los sectores y un pacto en todos los niveles de la educación. Y lo hizo en un momento en el que la culminación de la puesta en marcha de la ley educativa está encontrando dificultades en el Bachillerato, con un ambicioso plan contra el abandono escolar a medio hacer y con una reforma de la Formación Profesional que deberá llevar a cabo a medias con el Ministerio de Trabajo. Pasado lo peor de la tormenta por el boicoteo a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, éstas son algunas de las brechas abiertas con las que Gabilondo tendrá que lidiar:

- Fracaso escolar. Ese 31% de jóvenes de 18 a 24 años que deja de estudiar después de la educación obligatoria, buena parte de ellos porque no obtuvieron el título básico, el de la ESO, ha sido permanentemente señalado como el gran problema de la educación española. En noviembre del año pasado, ministerio y comunidades autónomas acordaron un plan para conseguir atajar esa alarmante tasa de abandono escolar, con un diagnóstico común y unas medidas dirigidas a flexibilizar las entradas y salidas de cada tramo educativo (ESO-FP-Universidad).

Tras varios meses, el plan aún no ha recibido mayor concreción. El mes pasado, el Consejo Escolar del Estado (máximo órgano consultivo en esa materia) y los 17 presidentes de los consejos escolares autonómicos aprobaron un acuerdo para apoyar el plan y pedir al Gobierno y las comunidades que lo impulsen.

- Flexibilización del Bachillerato. El Tribunal Supremo tiró para atrás el mes pasado la posibilidad de que los alumnos que suspendieran tres o cuatro asignaturas en 1º de Bachillerato pudieran repetir sólo las cateadas y completar el año escolar estudiando dos o tres materias de 2º. La medida, que pretendía luchar contra el abandono escolar en el Bachillerato, fue rechazada por el Supremo por una cuestión de forma, ya que estaba recogida en un real decreto y no en la ley educativa.

Así, el equipo de Mercedes Cabrera no se resignó y se puso a buscar la forma de llevar a cabo esa flexibilización a pesar de la sentencia. Los trabajos aún continuaban justo antes de la llegada del nuevo ministro, pero, en cualquier caso, el tiempo se agota, ya que antes del verano los alumnos que pasan de 1º a 2º deberían saber qué se encontrarán el próximo curso.

- La nueva selectividad. Muy vinculado a la reforma del Bachillerato está la reforma de la selectividad. En este caso, el ministerio ya diseñó y aprobó el nuevo modelo (que introduce una prueba oral de inglés y en el que unos exámenes contarán más que otros, dependiendo de la carrera que se quiera cursar). Ahora son las comunidades autónomas y las universidades las que tendrán que diseñar las nuevas pruebas, ya para el año 2010.

- La reforma de la FP. Más de una década llevaba atascada una reforma de la Formación Profesional para conectar la FP reglada (la de los institutos de secundaria, que conduce a un título educativo) y la formación continua y ocupacional (los cursos que dan un certificado profesional expedido por Trabajo). Por fin, en octubre del año pasado, los ministros de Educación y Trabajo presentaron, juntos, una hoja de ruta para dar el impulso definitivo a los cambios.

De momento, el real decreto que debía poner en marcha la propuesta más llamativa -que los trabajadores puedan acreditar su experiencia, lo aprendido trabajando, para convalidarlo por una parte de los módulos de FP o de certificados de profesiona-lidad-, aún está en proceso de tramitación, aunque estaba previsto para enero.

- Estatuto docente. Un compromiso pendiente de la anterior legislatura es el estatuto que configurará una carrera profesional para los docentes de la enseñanza pública. La propuesta, donde se quedó, es la de que los profesores tengan dos vías para ascender profesional y retributivamente: a través de evaluaciones de su labor o, la clásica, por años de trabajo acumulado.

- Educación infantil. El otro gran impulso que se ha intentado dar en este año de legislatura está en la educación hasta tres años. El Plan Educa 3 arrancó el pasado mes de agosto y se prolongará hasta 2012 con un presupuesto de 1.087 millones de euros: la mitad aportada por el Gobierno y el resto por las comunidades. El objetivo es crear 300.000 plazas públicas de educación hasta tres años en ese periodo, pero las comunidades tendrán que crearlas con unos mínimos de calidad para recibir el dinero del plan. Ahora, la oferta sostenida con fondos públicos -no es una etapa gratuita; en la oferta pública, los padres pagan en función de su renta- apenas llega para cubrir el 20% de la demanda potencial.

- Educación para la Ciudadanía. Tras la sentencia del Supremo que el pasado mes de enero rechazó la posibilidad de objetar a la asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, la polémica parece más agotada cada día. En cualquier caso, aún queda por resolver algún recurso en el Constitucional y la resistencia de los padres más aguerridos que amenazan con llevar el boicoteo "hasta sus últimas consecuencias".

sábado, 11 de abril de 2009

Final del mundial de filosofía: Alemania vs. Grecia.




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Tecnoaulas


La escuela del futuro debe desterrar de una vez por todas la caduca idea de autoridad. No puede consentirse que, desde que fue enunciada la idea de autonomía en la modernidad, aún se vincule la enseñanza a la heteronomía más descarada. El nuevo sistema educativo deberá centrarse en la autonomía del educando, de manera que se convierta a sí mismo en la única autoridad reconocida. Dos factores habrá que tener en cuenta: la libertad del educando y el entorno adverso al que deberá adaptarse. La clave conceptual del cambio gira en torno a un nuevo eje: la autodisciplina que vendrá a sustituir la añeja, caótica e inservible autoridad del profesor.

El primer paso será extraer al profesor del aula. Al principio habrá que ejercer cierta violencia sobre los docentes, pues bien es sabido por todo pedagogo que se precie que se trata de una casta especialmente reacia a las innovaciones, particularmente cuando son provechosas o efectivas. ¿Entonces se permitirá a los alumnos hacer lo que deseen durante unas, digamos, seis horas al día? Por supuesto que sí, sólo que harán lo que deseen en un entorno previamente diseñado y cuidadosamente planificado. Quien crea que eso es una limitación de la libertad que abandone toda idea de la misma, pues no existe entorno que no sea limitante. El hecho de que el entorno dependa de la acción de otras personas tampoco es un obstáculo teórico, pues siempre vivimos en entornos que dependen de la acción ajena, también en las actuales escuelas, y en los hospitales, las ciudades, las huertas o los parques naturales. La cuestión que se debate aquí es cómo debe ser el entorno para que el individuo se convierta en un ser autónomo, para que sólo obedezca las órdenes que él mismo se da.

Salvada esa resistencia del docente por abandonar el método de las clases magistrales y lucirse ante los alumnos (tan necesitado, ay, de admiración y cariño), dispondremos un nuevo tipo de espacio que vamos a llamar tecnoaulas.

La idea fundamental de las tecnoaulas es que el aprendizaje será personalizado y partirá del propio alumno. Para que ello sea posible, el profesor debe ser invisible. Más aún: no debe ni concebirse la idea del mismo. En las tecnoaulas se dispondrá de información interactiva en red para cada alumno, quien deberá seleccionar sus propias tareas. Eso sí, si escoge las tareas inadecuadas o muestra una actitud displicente se le aplicará una leve descarga eléctrica (en aumento si la actitud persiste). Es esencial que no se humanice el entorno, que ninguna voz humana explique qué ha pasado, qué se ha hecho mal y por qué. El alumno aprenderá por sí mismo a adaptarse a entornos hostiles (¿cuál no lo es?), a enmendarse a sí mismo. En definitiva, el alumno estará aprendiendo autodisciplina, la clave de todo éxito futuro. No tendrá a nadie a quien culpar de sus errores: no habrá nadie a quien dirigirse. Las tecnoaulas funcionarán bien si consiguen parecerse a la fatalidad. No debe haber ningún indicio de arbitrariedad, ni razonamiento de ningún tipo, sino sólo la mecánica e inexorable consecuencia que uno debe interpretar por sí mismo. Así, liberados de toda tutela, los alumnos aprenderán por sí mismos y sabrán mandar sobre sí antes que sobre los demás, al mismo tiempo que adquirirán una combinación de rígida autodisciplina y flexible capacidad de adaptación que garantizará su futuro éxito sentimental, cognoscitivo y (sí, ¿por qué no decirlo?) profesional.